Cuando mi pequeña hija Kamila se enfermaba yo entraba en crisis, es decir, algo ocurría en mí que no podía evitar sentirme muy mal o incómoda. Sabía que me estaba pasando algo, pero no podía o no tenía los elementos para poder expresar con claridad lo que ocurría dentro de mí. Sabía que tenía que dejarme sentir y permitir estar con esta situación sin hacer nada, solo estando presente. Esta situación fue difícil porque mi autoexigencia y los criticas de culpa que mi pareja dirigía a mi maternidad, me bloqueaban e interferían en mi proceso de darme cuenta.

No obstante, pude reconocer que mi pareja, al igual que yo, le estaba ocurriendo algo y la estaba pasando muy mal cuando veía a Kamila enferma. Entonces como no podía estar con eso que le ocurría arremetía contra mí. En este sentido, pude ser más compasiva primero conmigo misma y después con él; liberándome de la culpa y de la creencia de que hay buenos y malos en una relación de pareja.

Desde que nació Kamila y hasta este momento con 4 años de edad, nunca he usado medicamento alópata. Solo recurrí a la alternativa homeopática, pero en algunas ocasiones su proceso de recuperación estaba siendo muy denso, cansado, largo y había mucha alteración de emociones (gritos, llantos, reclamos y enfados constantes) además de la demanda excesiva de teta.

Pero gracias a la práctica de la Presencia Biodinámica, me di cuenta que tenía que ir a mí y reconocer como me sentía y platicárselo. Este planteamiento me parecía muy sencillo de entender, pero al momento de llevarlo a la práctica cuando Kamila enfermaba no podía contactar con esa parte desconocida en mí e inclusive tenía la sensación de que no me estaba ocurriendo nada y que yo no me podía permitir enfermarme porque tenía que estar al 100 % con Kamila para todo lo que ella necesitase.

Conforme transcurría la vida descubrí que tuve que salir de mi personaje de la madre “perfecta que lo sabe, lo logra y lo puede todo”, y hace todo sin sentir ninguna emoción de hostilidad hacia lo que estaba viviendo y que siempre se siente bien en todo momento. Asimismo, había mucha confusión, culpa, enojo, desesperación porque había algo en mí que me turbaba y que ineludiblemente me llevaban a una verdad: No luches contra esto, permítete vivirlo tal cual, sin intentar quitarlo o desaparecerlo.

Detecté que negaba que la enfermedad de mi hija me aterraba ya que no la mediqué ni la llevé al pediatra. Pasaba por mi mente la idea de que seguramente estaba haciendo algo mal y que estaba tomando una actitud rígida. Además, mi opción de inclinarme por respetar su proceso natural de sanación; en el fondo sacaron a la luz mi miedo a estar equivocada y errada, además de que la historia de la polio en la vida de mi madre se hacía presente cuando Kamila enfermaba.

Finalmente transitar por todo esto me permitió descubrir lo mágico que fue platicarle a Kamila como me sentía. Hablé de mis miedos, cansancio, angustias, insatisfacciones, frustraciones y conflictos que tenía con su padre y mi hermana, y principalmente le platiqué de mi dificultad para hacerme cargo de lo que sentía sin culpar a los otros de lo que me pasaba.

Esto me ayudó a contactar con mi fortaleza y confianza de madre. No fue fácil aprender a decírselo (porque no sabía como y sentía que no era relevante hacerlo, además en una parte recóndita de mí, estaba la idea de que mi hija no entendería nada y de que no era suficiente platicarle). Sin embargo, ponerlo en práctica, me llevo, por un lado, ha hacerme cargo de todo lo que estaba sintiendo y reconocer que este sentir era mío y, por otro lado, ni mi hija, su padre o el exterior eran culpables o causantes de lo que estaba ocurriendo dentro de mí.

Poco a poco se dio un cambio impresionante, tuve la convicción de ya no llevarla ni siquiera al homeópata, la enfermedad duraba menos tiempo, su estado emocional se tornaba más calmado y yo me sentía más ligera y mi confianza en que lo estaba haciendo bien y que la sabiduría del cuerpo se estaba dando se volvía cada vez más evidente.

En consecuencia, deje de juzgarme y culparme porque se enfermaba. Y por primera vez, (después de sus tres años solté la idea de estar al 100) y me permití sentir la enfermedad que por cierto disfruté mucho ese momento. Descubrí que su enfermedad o mejor dicho síntoma, era una invitación y oportunidad de parar e ir hacia mí y contactar con aquello que sentía, me negaba o no podía reconocer.

Pero fue tan liberador vivir esta experiencia de platicarle todo esto a mi hija y al mismo tiempo darme la oportunidad (vista como un regalo de la vida) de sentir que ella me ama incondicionalmente y esta ahí, sin juzgarme. Solo esta mi hija Kamila acompañándome, respirando, durmiendo, M abrazándome, a veces tocando mis lágrimas, jugando y escuchándome sin cargar con mis historias de vida no digeridas.

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