En la raíz de la sufrimiento estaba el sentimiento de que yo soy una persona separada…, un yo individual, una entidad desvinculada de la vida en sí y apartada de lo que esta ocurriendo en este momento. El yo individual tiene que encontrar la manera de mantener, sostener y sustentar algo llamado «mi vida»…, de orquestarlo, de hacer que tome la dirección en la que yo quiero que sea, de tener control sobre ello. Eso es lo que me han enseñado desde muy niño, y eso es lo que el mundo me ha estado gritando: se espera de mí que tomara las riendas de mi vida, que sepa lo que quiero y sea capaz de lanzarme a conseguirlo. Los demás parece saber todos dónde están, qué hacer, adónde ir, y yo, en cambio, soy incapaz de sostener en pie el relato de mi vida sin que me caiga encima y me aplastara. La sufrimiento es la experiencia a no ser capaz de mantener mi vida en pie y de sentir, como consecuencia, que mi vida, literalmente, me aplasta. Ver que a todos nos aplasta el peso de nuestras vidas, el peso de nuestra historia y de nuestros futuros imaginados. En algún sentido, puede decirse que todos estamos aplastados en mayor o menor medida, pese a que solo cuando el peso se vuelve prácticamente imposible de llevar nos atribuyamos el calificativo de «deprimidos» y nos separemos de nosotros mismos y de los demás. Aunque no todos suframos de depresión clínica, todos vamos por ahí cargados con un relato de nosotros mismos que hemos ido elaborando, intentando hacer que nuestra vida vaya por donde queremos que vaya. Y, en uno u otro nivel, todos fracasamos en esa tentativa de ser quienes no somos. El sufrimiento toma mil formas, depresión, angustia existencial, timidez, fobias… Pero todos «sufrimos» a nuestra manera,según nuestra historia de vida no digerida; ahora bien, o vemos en el sufrimiento un estado terrible que se ha de evitar a toda costa o lo vemos por lo que realmente es: una señal muy clara que nos indica el camino de vuelta a casa.
Amor
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