No nos damos cuenta de la importancia de estar despiertos, como cuando somos bebés.
Cuando despiertas de un sueño en mitad de la noche, literalmente te despiertas a una dimensión que creías tan real como ésta. Ocurre un cambio radical de la consciencia. Todo lo que creías real en el sueño, al final resulta que no lo es. En un auténtico despertar el impacto es exactamente el mismo. Y a diferencia de cuando éramos bebés, ahora somos conscientes de que somos Uno y si a pesar de la paradoja de la palabra lo podemos vivir, todo sigue igual pero lo más interesante es desde dónde lo estás viviendo. Desde la no separación y siguiendo con la paradoja, estás viviendo en la dualidad sin caer en el dualismo (*), y el tiempo-espacio desaparece.
Consiste sólo en darse cuenta, despertar a que no existe ningún yo separado. Podemos haberlo leído o escuchado cien mil veces «no existe ningún yo separado, todos somos uno». ¿Qué sucedería si encarnásemos, asimilásemos de verdad sin quedarnos sólo con el concepto? Descubriríamos que todo lo que es verdad para mi yo separado deja de serlo. No hay otro. El yo no-separado no equivale a una experiencia espiritual de tipo «me he expandido infinitamente por todas partes y me fundí con el todo». Esto es una experiencia maravillosa para el yo, pero no es la unidad. La unidad no es una fusión, la fusión sucede entre dos, y recuerda: no hay otro. Cuando encarnas realmente que no existe nada que no seas tú, te quedas sin respiración. Todo es Uno y tú eres Uno. El despertar es el proyecto más demoledor, pues te deja sin nada justo como cuando naciste.
(*) puedes remitirte a la entrada DUALIDAD DUALISMO del 5 de julio de 2010
Amor
Carles
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