Cuando hablo de “darse cuenta”, no me refiero a una técnica mental ni a un esfuerzo intelectual. Me refiero a un estado de presencia silenciosa, donde el cuerpo y la consciencia se encuentran sin intermediarios. Es un ver sin intención, sin búsqueda, sin huida. Un ver que no necesita comprender, porque en sí mismo ya es comprensión.

En la Presencia Biodinámica, ese “darse cuenta” no se cultiva desde la mente, sino desde el cuerpo vivo, desde la sensación directa. Es una rendición suave a lo que ya está sucediendo, justo ahora. No lo que debería ser, ni lo que fue, sino esto: esta tensión en el pecho, este movimiento en el abdomen, esta quietud que no puedo nombrar. Y cuando puedo estar con eso sin ponerle nombre, sin clasificarlo, algo se abre. No es que cambie la experiencia, es que se disuelve la separación.

La mente suele buscar certezas, explicaciones, métodos. Pero el cuerpo no necesita entender: necesita ser escuchado. Y escucharlo no es prestarle atención con la mente, sino permitir que se exprese sin interrupciones. Darse cuenta es, entonces, permitir. Es habitar. Es sentir sin intención de cambiar.

Cuando ese estado de observación sin elección se vuelve natural, cuando se asienta, la atención aparece por sí sola. No como algo dirigido, sino como un estado. Una cualidad de estar. Y en esa atención —libre de juicio, libre de interpretación— el cuerpo puede mostrarse en su totalidad. No sólo el cuerpo físico, sino el cuerpo de la historia, del miedo, del deseo, del dolor acumulado por generaciones. Todo eso vive en nosotros. Todo eso quiere ser sentido.

La Presencia Biodinámica no propone eliminar el sufrimiento. No propone alcanzar un estado ideal. Propone algo mucho más radical: estar con lo que hay, como es. Cuando no lucho contra el miedo, el miedo se transforma. Cuando no busco salir del dolor, el dolor se vuelve camino. Cuando no intento entender el cuerpo, el cuerpo se revela. Y ese darse cuenta, tan simple y tan profundo, es lo que puede traer transformación real.

No hay que esperar a estar en silencio para practicar esto. Lo cotidiano es el espacio perfecto: al cocinar, al caminar, al estar en una conversación. Observar los gestos, el tono de voz, la respiración, la postura. Y también las reacciones, las ganas de huir, las tensiones que aparecen cuando alguien dice algo que no espero. Todo es materia viva. Todo es entrada a la presencia.

Darse cuenta es permitir que la vida se exprese tal como es. Y al hacerlo, descubro que no necesito ir a ningún sitio, que no falta nada. Sólo tengo que estar aquí, en este cuerpo, en este momento. Desde ahí, cualquier acción —por pequeña que parezca— surge desde un lugar real, íntegro, conectado. Y eso, para mí, es meditación: estar tan presente que ya no hay división entre lo que soy y lo que sucede.

Amor
Carles


Mini práctica: El darse cuenta sin elección

Duración sugerida: 10-15 minutos


Contexto: Puede hacerse sentados o tumbados. Lo importante es que el cuerpo esté cómodo y sostenido.

Guía verbal (puedes leerla o adaptarla a tu estilo):

Cierra los ojos si lo sientes. No hay nada que alcanzar, nada que lograr. Solo observa.

Lleva tu atención, sin esfuerzo, al contacto del cuerpo con el suelo… o con la silla. Percibe los puntos de apoyo. Siente el peso. Siente la gravedad. No cambies nada. Solo date cuenta.

Ahora permite que la respiración ocurra como quiera. No la dirijas. No la analices. Solo siente el movimiento del aire, el leve vaivén. Tal vez en el pecho. Tal vez en el abdomen. Tal vez en otro lugar. Déjalo ser.

Permítete sentir el cuerpo desde dentro. Como si lo habitaras por primera vez. ¿Qué sensaciones están presentes ahora mismo? No las nombres. No las juzgues. Solo quédate con ellas, como son.

Si aparece un pensamiento, obsérvalo venir y pasar. Sin luchar, sin seguirlo. Como una nube en el cielo. Y vuelve suavemente al cuerpo, al sentir.

¿Hay alguna parte que quiera tu atención? Tal vez una tensión, una incomodidad, una zona caliente o fría. Acércate a ella con curiosidad. Sin intención de cambiarla. Solo estate ahí. Con ella. Sintiendo.

Y ahora… suelta incluso la intención de observar. Quédate simplemente estando. Presente. Vacío. Pleno. Sin buscar nada. Sin huir de nada.

Permanece unos instantes en ese estar. Atento, sin esfuerzo. En silencio.

(pausa de 2-3 minutos en silencio)

Cuando lo sientas, puedes abrir los ojos. No hay nada que entender. Solo habitar.

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