La conciencia-presencia que habita en cada uno de nosotros nunca está dormida. Solo la mente sueña.
Estamos aquí para recordar algo que, en realidad, nunca hemos olvidado del todo. No se trata de aprender nada nuevo, sino de dejar de creernos lo que no somos.
La mente es una narradora incansable. Nos cuenta historias de éxito y fracaso, de avance o retroceso, de “yo antes” y “yo después”.
Pero si nos detenemos un instante, si dejamos de pasar por alto este momento, podemos preguntarnos:
¿Quién está escuchando esa historia?
¿Quién está detrás del pensamiento?
¿Quién es consciente del drama… sin involucrarse en él?
Esa es la presencia. Esa es la conciencia que somos.
No se mueve. No juzga. No quiere mejorar nada. Solo es.
Todo lo que hemos sentido en nuestra vida —el miedo, la tristeza, la euforia, la paz— son respuestas del cuerpo a una historia que la mente ha contado.
El cuerpo responde a esas historias igual que responde a la realidad.
Pero hay una gran diferencia.
Cuando la realidad es de primer orden —cuando algo ocurre de verdad aquí y ahora—, el cuerpo siente y reacciona. Esa emoción tiene un sentido, una dirección, una acción posible.
Pero cuando la historia es de segundo orden —una creación mental—, el cuerpo también reacciona, también siente… pero no hay nada que hacer. Porque, aunque la sensación sea real, el hecho no lo es.
Eso es el sufrimiento: reaccionar como si algo ocurriera, cuando en realidad solo es una historia.
Nosotros no somos esa historia.
La historia está en nosotros, pero la mente insiste en hacernos creer que somos ella.
Y muchas veces nos lo creemos, incluso cuando esas historias son de tristeza, de culpa, de amargura.
La mente siempre narra desde el pasado hacia el futuro.
Pero hoy quiero poner el acento en lo que está aquí siempre: la presencia consciente.
Esa presencia no duerme nunca, ni siquiera cuando soñamos.
Incluso en los sueños, hay algo que observa, que está consciente de lo que sucede. Ese es su espacio.
Entonces, ¿cómo llevar esto a la práctica?
Cuando sientas estrés, o incertidumbre, detente.
Observa los pensamientos y emociones como lo que son: historias que cuenta la mente.
No son verdades absolutas.
Y pregúntate:
¿Quién está escuchando esta historia?
En lugar de buscar una solución inmediata —como solemos hacer en piloto automático—, prueba hacer una pausa.
Y lo más difícil: no intentes cambiar nada.
Ni mejorar, ni resolver lo que estás sintiendo.
Solo permite que la experiencia esté.
Eso descoloca a la mente, porque su impulso es intervenir, hacer, resolver.
Ella dirá:
“Si no haces nada, esto no sirve de nada.”
Y tiene lógica que lo diga: su trabajo es computar datos, proyectar posibilidades, buscar salidas.
Pero lo que te propongo es otra cosa:
sin intervenir, sin cambiar nada, volver a sentir.
Llevar la atención al cuerpo, a las sensaciones físicas que acompañan ese estrés o esa duda.
Observar cómo se sienten esas sensaciones.
Y desde ahí, permitir que el cuerpo haga su trabajo.
Esta actitud de presencia es lo que activa la capacidad natural de autorregulación del sistema nervioso.
Ahí todo empieza a alinearse.
Pero estamos tan condicionados a huir, a solucionar, a buscar respuestas rápidas…
Que olvidamos que, a veces, el problema no necesita una solución,
sino espacio.
Silencio.
El silencio, en este contexto, no es ausencia de ruido.
Es el silencio de la mente.
Es no ponerle nombre a lo que siento.
Cuando me encuentro ante una situación desafiante y en vez de etiquetarla o resolverla me permito estar en silencio, entonces puedo elegir.
Ese es el famoso “gap” del que se habla tanto en la resiliencia:
un momento en el que el sistema nervioso puede alinearse con lo que está ocurriendo ahora.
Y ahí se revela la paradoja:
quien estaba dormido no eras tú,
era la mente.
Tú eres la presencia consciente.
Esa no duerme nunca.
Desde que tienes uso de razón, hay algo que se da cuenta.
Ese algo ha sido testigo de todos tus cambios físicos y mentales.
Pero no ha cambiado.
Y desde ahí, desde esta conciencia inmutable, podemos mirar lo que sentimos hoy, lo que creemos hoy…
Y reconocer que no somos lo que sentimos, ni lo que pensamos.
Somos eso que se da cuenta.
¿Cómo llevar la Presencia Biodinámica® a la vida diaria?
Aquí tienes una guía práctica inspirada en tu texto:
1. Pausa y Observa
Cuando surja una emoción intensa (estrés, miedo, incertidumbre):
• Haz una pausa consciente.
• Observa los pensamientos y emociones como historias, no como realidades absolutas.
• Pregúntate:
¿Quién está escuchando esto?
2. Permite, sin intervenir
• No intentes resolver, cambiar o mejorar lo que sientes.
• Simplemente permite que la experiencia esté ahí, sin etiquetas ni juicios.
3. Lleva la atención al cuerpo
• Siente las sensaciones físicas asociadas a la emoción.
• Observa cómo se manifiestan en el cuerpo: calor, presión, tensión, etc.
• Permite que el cuerpo procese y se autorregule.
4. Silencio y Espacio
• No busques respuestas inmediatas.
• Permítete estar en el “gap”, ese espacio de silencio interior donde la mente no interviene.
• Desde ahí, observa cómo todo se alinea y se calma.
Práctica Cotidiana de Presencia Biodinámica®
Te propongo un ejercicio sencillo para cada día:
Ejercicio de 2 minutos:
1. Detente, siéntate cómodo.
2. Cierra los ojos y lleva la atención a tu respiración.
3. Observa cualquier pensamiento o emoción que surja, sin juzgar.
4. Pregúntate:
“¿Quién está observando esto?”
5. Siente tu cuerpo, nota las sensaciones físicas.
6. Permite que todo esté como está, sin intentar cambiar nada.
7. Quédate en ese espacio de presencia unos instantes.
Hazlo varias veces al día, especialmente cuando notes que la mente está muy activa.
Amor,
Carles
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