Hay ocasiones en las que nos resistimos a experimentar nuestras sensaciones.

Es posible que percibamos un malestar o dolor, pero que no sepamos exactamente de qué se trata o qué ocurriría si nos permitiésemos experimentarlo plenamente.

¿Cómo lo sentiremos? ¿Nos desbordará? ¿Seremos capaces de controlarnos una vez que abramos la puerta?

Cuando nos resistimos a una determinada sensación o dolor, hay dos factores a tener en cuenta: la sensación o dolor al que nos resistimos y la propia resistencia.

Liberarnos del malestar es, al fin y al cabo, lo que queremos. Pero lo útil es prestar atención en primer lugar a la resistencia, que es lo que mantiene nuestras emociones bloqueadas, impidiéndonos experimentarlas completamente. Así pues, prestar atención a la sensación de resistencia es el punto de partida. Soltar la resistencia significa, en primer lugar, darnos cuenta de ella, dejarla entrar, reconocer cómo es. Dado que la experiencia de resistirse es muy sutil y no se advierte fácilmente, parece muy adecuado hacer una pausa y preguntar: ¿Hay alguna sensación de resistencia de la que no esté dándome cuenta? Y luego esperar tranquilamente. Es posible que se manifiesten algunas sensaciones, como una leve tensión mental, una sensación de bloqueo o una opresión en el pecho o el vientre. A medida que permitimos que aumente la sensación de resistencia y la dejamos ser, sin intentar cambiarla o deshacernos de ella, la resistencia suele empezar a suavizarse hasta disolverse.

A veces sencillamente se desvanece. Entonces, con menos resistencia, podremos abrirnos más al sentimiento que estemos evitando. La clave de este enfoque es incluir cualquier tipo de resistencia como parte del momento presente, entonces, en lugar de dividir nuestra experiencia en dos –la experiencia real en el momento y nuestra resistencia a ella–, ahora la sensación de resistencia forma parte de lo que es.

Amor
Carles

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