La comprensión de la experiencia de que no hay ninguna entidad separada como la mente cree, tiene un profundo efecto en la vida de uno.
De todos modos, no es la comprensión intelectual la que transforma la vida, sino saber, encarnar y sentir la unidad, vacío, presencia conciencia que somos.
Las sensaciones y percepciones continúan siendo como antes. Sin embargo, las sensaciones que parecían justificar la historia mental, las creencias, se desvanecen progresivamente en la mayor parte de los casos. Como resultado aparece una gran sensación de paz, calma a nivel del cuerpo primero y en la mente después. Aunque exista la creencia de que la mente separa nuestra experiencia en un sujeto que percibe y un objeto percibido, nunca lleva a cabo dicha separación en realidad, esta separación parece real y por tanto el sufrimiento que es inherente a esta percepción también parece real, pero solo existe a nivel de la mente. Cuando esta ignorancia fundamental se ha visto expuesta, los pensamientos, sentimientos y actividades que dependían de la mente para existir se desvanecen, en ocasiones drásticamente o, en la mayor parte de los casos, gradualmente.
Aunque los pensamientos, sentimientos y actividades que dependen de la sensación de separación que crea la mente continúan surgiendo, y pueden parecer exactamente los mismos que una vez se vieron alimentados por la creencia de que la mente puede hacer algo, no lo son. Son como una cuerda que se ha quemado y que conserva por un tiempo su antigua forma. Cuando soplas sobre la cuerda, te das cuenta que ya no tiene ninguna sustancia, esta vacía, hueca, se deshace.
Los únicos pensamientos, sentimientos y actividades que dejan de aparecer son los que dependían de las creencias en la mente que divide. Todos los otros pensamientos, imágenes, sensaciones y percepciones se vuelven funcionales. De esta manera la mente se ve liberada de las agitaciones, confusiones, anhelos, sufrimiento, adicciones, inquietudes, defensas, etcétera, que antes tomaban gran parte de su actividad, mientras que la libertad, la creatividad, la paz, la amorosidad, el humor, la calidez, la simpatía y la inteligencia se convierten en sus hábitos naturales.
El cuerpo sigue siendo el mismo de antes y está sujetos a la biología, a las leyes de la naturaleza, incluso del dolor físico, pero se ve aliviado de la carga terrible e insoportable de tener que satisfacer las demandas voraces de una mente que creía podía controlar la vida.
Como consecuencia tiene lugar una profunda relajación en el cuerpo, que penetra hasta las capas más profundas. El cuerpo regresa progresivamente a su simplicidad orgánica, se lo siente abierto, amoroso, sensible, ligero, espacioso.
Y el mundo, es decir, las percepciones de los sentidos, continúan como antes, solo que ahora estas percepciones se ven liberadas de la sensación de otredad, del ego. Dejamos de experienciar que el mundo se halla a cualquier distancia de nosotros mismos. Nos damos cuenta de que amar no es algo que nuestro yo “le haga” a otro o al mundo, sino que el amor es la naturaleza intrínseca de toda experiencia. No hay nada separado.
Amor
Carles
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