Un objetivo fundamental del desarrollo humano es la creación de un ser humano autosuficiente y autorregulado, capaz de vivir junto a otros seres humanos en un contexto social. Es vital para el desarrollo sano de la neurobiología de la autorregulación del niño una relación con el adulto en la que éste advierta y sostenga los sentimientos del niño y sepa responder con una empatía que esté en sintonía con las señales emocionales que su hijo emite.

 Las emociones son estados de agitación fisiológica, ya sean positivos («quiero más de esto») o negativos («quiero menos de esto»). 

Los bebés y niños pequeños no poseen la capacidad de regular sus propios estados emocionales, por lo que se encuentran fisiológicamente en riesgo de agotamiento e incluso muerte si no están regulados por la interacción con el adulto. 

El vínculo con éste, por tanto, sirve para preservar la regulación biológica del niño. La autorregulación requiere de las actividades coordinadas de zonas del cerebro anatómicamente separadas, además de la predominancia benigna de las regiones superiores y más recientemente desarrolladas del cerebro sobre las bajas. 

La parte más antigua del cerebro —y la más esencial para la vida— es el tronco cerebral, de donde surgen los primitivos impulsos de supervivencia del «cerebro reptiliano» y donde se controlan las funciones autonómicas básicas, incluídas, entre otras, el hambre, la sed, los impulsos cardiovasculares y respiratorios y la temperatura corporal. La parte más nueva del cerebro es el neocórtex, situada en la zona delantera del mismo. El córtex, o corteza, es el delgado borde de materia gris que envuelve la materia blanca del cerebro. Formado en buena parte por los cuerpos celulares de las células nerviosas, o neuronas, el córtex procesa las actividades más evolucionadas del cerebro humano. Este córtex prefrontal modula nuestras respuestas al mundo no en términos de impulsos primitivos, sino de información aprendida sobre lo que es benigno, neutral u hostil, y lo que es útil socialmente y lo que no. Sus funciones incluyen el control de los impulsos, la inteligencia socioemocional y la motivación. 

Buena parte del trabajo regulador del córtex la constituye no la iniciación de acciones, sino la inhibición de impulsos provenientes de los centros inferiores del cerebro. 

El aparato emocional límbico sirve de mediador entre los procesos reguladores del córtex y las funciones de supervivencia básicas del tronco cerebral. El sistema límbico incluye estructuras localizadas entre el córtex y el tronco cerebral, pero también abarca partes del primero. El sistema límbico es esencial para la supervivencia. Sin él, las capacidades reguladoras y cognitivas del córtex funcionarían como el cerebro de un idiota sabio: el conocimiento intelectual estaría desconectado del conocimiento real del mundo. Las sensaciones interpretan el mundo por nosotros, cumplen la función de señales y nos informan sobre nuestros estados internos según se ven afectadas por estímulos del exterior. 

Las emociones son respuestas a estímulos presentes filtrados a través de la memoria de la experiencia del pasado, y anticipan el futuro basándose en nuestra percepción de ese pasado.

Las estructuras del cerebro responsables de la experiencia y modulación de las emociones, ya sea en el córtex o en el cerebro medio, se desarrollan en respuesta a estímulos parentales, del mismo modo que el cableado visual se desarrolla en respuesta a la luz. El sistema límbico madura a través de la «lectura» e incorporación de los mensajes emocionales del progenitor.

Los centros de la memoria, tanto la consciente como la inconsciente, dependen de la interacción con el progenitor para su consolidación y sus futuras interpretaciones del mundo. Los circuitos responsables de la secreción de importantes neurotransmisores, como la serotonina, la norepinefrina y la dopamina —esenciales para la estabilidad, agitación, motivación y atención emocional—, se ven estimulados y se coordinan en el contexto de la relación del niño con sus cuidadores. 

En la interacción entre progenitor e hijo se establece el sentido que el niño le da al mundo: ya sea un mundo de amor y aceptación, un mundo de indiferencia negligente en el que uno debe buscarse la vida para satisfacer sus necesidades o, peor, un mundo de hostilidad donde uno debe adoptar permanentemente una ansiosa hipervigilancia. 

Las relaciones futuras emplearán como modelo los circuitos nerviosos asentados en nuestras relaciones con nuestros primeros cuidadores. Nos entenderemos a nosotros mismos de la misma manera que nos hemos sentido entendidos, nos querremos de la misma manera que hemos percibido amor a los niveles inconscientes más profundos, nos cuidaremos con la misma compasión que percibimos en nuestro interior durante la primera infancia. 

La alteración de las relaciones de apego en la infancia puede tener consecuencias a largo plazo en el aparato de respuesta al estrés del cerebro y en el sistema inmunitario. 

El meollo de estas investigaciones es que la alteración del apego durante la infancia produce respuestas exageradas al estrés en el adulto. Por el contrario, las interacciones de apego enriquecedoras durante la infancia aseguran unas reacciones biológicas al estrés mejor moduladas de adulto. 

Para satisfacer las necesidades de apego de los seres humanos, se requiere más que la proximidad física y el tacto. Es igualmente esencial una conexión emocional enriquecedora, especialmente la cualidad de la armonización. La armonización, mediante la cual el progenitor «sintoniza» con las necesidades emocionales del niño, es un proceso sutil. Es profundamente instintivo, pero puede ser fácilmente subvertido cuando el progenitor se encuentra estresado o distraído emocionalmente, económicamente o por cualquier otro motivo.

La armonización puede estar ausente también si el progenitor nunca la recibió durante su propia infancia. En muchas relaciones progenitor-hijo existe un fuerte vínculo y amor, pero no armonización. Los niños inmersos en relaciones no armonizadas pueden sentirse queridos, pero, a un nivel más profundo, no sentirse valorados por lo que son en realidad. Aprenden a mostrar solo su lado «aceptable» al progenitor, reprimiendo respuestas emocionales que éste rechaza y aprendiendo a rechazarse a sí mismos por el mero hecho de tener tales respuestas. Los niños pequeños cuyos cuidadores estaban demasiado estresados, por el motivo que fuera, para darles el contacto armonizado necesario crecerán con una tendencia crónica a sentirse solos con sus emociones, a sentir (con y sin razón) que nadie puede compartir lo que sienten, que nadie los puede «entender». Hablamos aquí no de una falta de amor paternal ni de una separación física entre padres e hijos, sino de un vacío en la manera en que el niño percibe que lo ven, entienden, empatizan con él y se «llevan» con él a nivel emocional. El fenómeno de cercanía física y separación emocional ha sido denominado separación próxima. La separación próxima ocurre cuando el contacto armonizado entre padres e hijos falta o se ha visto interrumpido debido a tensiones de los padres que los alejan de dicha interacción. 

Un ejemplo de esta ruptura en la armonización se da cuando el progenitor aparta la mirada primero durante uno de sus intensos y placenteros intercambios de miradas. Se produce otra ruptura cuando insiste en estimular a un niño que se encuentra descansando solo porque desea un contacto mutuo, incluso si el niño lo que necesita en ese momento es un respiro de la intensidad de su interacción. 

En las separaciones próximas los padres están físicamente presentes pero emocionalmente ausentes. Tales interacciones paterno-filiales se están convirtiendo cada vez más en la norma en nuestras sociedades hiperestresadas. Los niveles de estrés fisiológico experimentados por el niño durante la separación próxima se está acercando a los niveles experimentados durante la separación física. La separación próxima afecta al niño pequeño a niveles fisiológicos inconscientes más que a niveles cognitivo-emocionales conscientes. 

El adulto no lo recordará cuando rememore su experiencia infantil, pero formará una parte bien arraigada de la biología de la pérdida. 

Las experiencias de separación próxima se convierten en parte de la programación de la persona: es probable que las personas «entrenadas» de este modo en la infancia elijan relaciones adultas que vuelvan a escenificar dinámicas repetidas de separación próxima. Puede que elijan, por ejemplo, a parejas que no las entiendan, acepten o aprecien por lo que verdaderamente son. De este modo, los estreses fisiológicos provocados por la separación próxima seguirán repitiéndose en la vida adulta, y, de nuevo, a menudo sin consciencia de ello.

Amor 

Carles

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